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Como presidenta de la Fundación Filia de Amparo al Menor, Lucía del Prado ha conocido a numerosas víctimas de divorcios altamente conflictivos, separaciones en las que una de las partes no tiene el más mínimo reparo en utilizar a sus propios hijos con el único objetivo de hacer daño a quien fuera su pareja. Niños que acaban sufriendo tanto que algunos llegan a intentar quitarse la vida. Para dar a conocer las historias de estos pequeños, Del Prado ha escrito Yo no puedo ser dos. Los padres se divorcian, los hijos no (Editorial Saralejandría), un trabajo en el que recoge el testimonio de doce víctimas que comparten sus experiencias para que otros afectados alberguen esperanza ante un drama que muchas veces permanece en la sombra. La autora, que estima que en España más de 100.000 niños al año son maltratados psicológicamente tras la ruptura de sus padres, exige a estos progenitores que sean responsables, que respeten a sus hijos y que no les provoquen «un daño psicológico de por vida». ¿Cómo surge la idea de escribir este libro? Cuando esto se explica desde todos los puntos de vista pero sobre todo desde el punto de vista del hijo, que no se suele explicar, se entiende bastante mejor. Yo llevaba tiempo acumulando muchas experiencias con este tipo de problemas y siempre vi que era necesario que se diera a conocer, pero todo se impulsó cuando un grupo de hijos me dijo que estaban dispuestos a contarlo. Así fue como decidí que había que ponerse a escribir. ¿Qué se considera un divorcio de alta conflictividad? En los conflictos normales la gente rehace su vida, no pone denuncias por todo y no utiliza a los niños como armas arrojadizas ni les impide el contacto con el otro progenitor. En los divorcios de alta conflictividad se da todo esto. Y hay algo determinante: las sentencias judiciales se incumplen y no pasa nada. ¿Por qué no se penaliza? En los divorcios los impagos de alimentos son perseguidos de manera penal pero el régimen de visitas es una cuestión civil. La gente lo incumple porque no tiene consecuencias penales. ¿Qué situaciones son las más comunes que sufren los niños que se ven envueltos en este tipo de divorcios? En principio se les va distorsionando la figura del padre o de la madre. Se les empieza a manipular la mente. Se les dice que ojalá no se parezcan al otro progenitor, que no hagan caso de lo que este les diga porque les está mintiendo… Y el hijo termina cediendo porque para él es una presión muy fuerte estar siempre teniendo que elegir entre papá o mamá. Sabe que si no hace caso va a haber bronca o va a ser castigado. Acaban con problemas psicológicos graves. Absolutamente. Hemos visto muchos trastornos en adultos derivados de las inseguridades pasadas en la infancia y la adolescencia; desde miedo a volar a fobias sociales. Tienen secuelas gravísimas y algunos intentan la autolisis. ¿Qué tipo de ayuda se les brinda? Hay dos tipos: la ayuda cuando vienen obligados por el juzgado, que es muy difícil porque no deja de ser algo impuesto, y la ayuda más bonita, que es cuando deciden que quieren ser ayudados. Cuando ellos son los que te piden esa ayuda sí se puede hacer un buen trabajo. Se les apoya psicológicamente pero lo mejor es que vean normalidad y que en el lado dañado, el que ha sufrido porque no ha tenido contacto con sus hijos, no vean rencor. Necesitan un buen ambiente, comprensión, mucha paciencia… ¿Es difícil cambiar la percepción con la que llegan? Muy difícil. Los niños sufren porque están yendo en contra de algo natural. Les obligan a tener que rechazar, a escaparse cuando se acerca su madre a darles un beso, cuando su padre va a darles la mano… Está en juego su estabilidad emocional. ¿Cómo reacciona la parte manipuladora? ¿Es fácil trabajar con esos adultos? Es muy difícil. ¿Estos padres presentan un perfil similar? El denominador común es un perfil de psicopatía, vengativo, de mala persona, de no poder controlar la ira. Pero se puede dar en cualquier tipo de familia porque el problema fundamental suele ser el resentimiento. Y en segundo lugar, el económico. El que tiene los hijos tiene el dinero porque tiene la pensión. Y ahí empiezan los problemas. ¿Hacen falta cambios legislativos? Sí, estamos en ello. Pero antes hay que adaptar las herramientas. Desde la fundación impulsamos la figura del coordinador parental, que vela por el interés del menor en sede judicial. Se están haciendo pruebas en comunidades y funciona muy bien. En Estados Unidos lleva dos décadas con mucho éxito. ¿Se ven venir este tipo de comportamientos? No. Todo el mundo al que le ocurre dice que si se hubiera imaginado cuando se divorció que le iba a pasar algo así no se habría casado nunca o no se habría divorciado nunca. A veces ves perfiles un tanto psicópatas pero nunca te imaginas que la maldad puede llegar tan lejos.